Caracterización general del modernismo
Al hablar de la
literatura española de finales del siglo XIX y principios del XX, los libros
más antiguos y casi todos los recientes de carácter divulgativo mantienen la
dicotomía Generación del 98 /
Modernismo. Se trata de rotulaciones que han sobrevivido durante décadas,
no tanto por su validez científica como por su indiscutible utilidad didáctica.
Lo cierto es que cuando, en 1913*, Azorín ideó el concepto de generación del 98, hacía ya muchos años que se hablaba de modernismo.
De hecho, ya en el Diccionario académico
de 1899 se definía el modernismo como una "afición excesiva a las cosas
modernas con menosprecio de las antiguas, especialmente en arte y
literatura". Por entonces, a la palabra se le daba un significado no
coincidente con el que hoy sigue siendo más habitual fuera del ámbito de la
investigación universitaria: corriente literaria, fundamentalmente poética
(aunque no falten ejemplos narrativos), aparecida en Hispanoamérica a finales
del siglo XIX, que se caracteriza por su interés más por la forma que por el
contenido, utilizando para ello un estilo refinado y sensual, con abundancia
de palabras excéntricas (neologismos, arcaísmos) y de recursos expresivos
sonoros y coloristas (el azul es el color preferido), que terminaron
resultando demasiado retóricos y artificiales para sus críticos, pero que,
sin duda, renovaron la escritura realista dominante en la época. Estas
palabras del prólogo de Prosas profanas
(1896),del poeta modernista nicaragüense
Rubén Darío, son una especie de programa literario modernista: "Veréis
en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos
e imposibles; ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó
nacer".
Si
el lenguaje del realismo y el naturalismo decimonónicos se dirigía a un público
mayoritario, el del modernismo apunta a una minoría selecta y exquisita,
proclive al deslumbramiento producido por adjetivos atípicos y por otras
rarezas y exotismos. Las páginas modernistas se poblaron, por un lado, de
suntuosidades, lujos, jardines, lagos, pavos reales, nenúfares, flores de
lis, piedras preciosas, mármoles, ocasos, ninfas y princesas residentes en
lugares exóticos, y por otro de melancólicas inquietudes místicas, oníricas,
sexuales y estéticas que pueden resumirse en la palabras hiperestesia
y neurastenia. Todos estos elementos
encarnan el ideal modernista de belleza. Uno de ellos, el cisne que ya había
aparecido en los poemas de parnasianos y simbolistas, sería utilizado por los
detractores del modernismo como blanco de dardos como el que, en su libro de
1910 Los senderos ocultos, lanzó el
poeta mejicano Enrique González Martínez, autor de un soneto cuyo primer
verso parecía certificar la defunción del modernismo: "Tuércele el
cuello al cisne de engañoso plumaje".
Cronología
del modernismo
En
las historias de la literatura tradicionales, Bécquer y Rosalía de Castro
eran considerados poetas románticos que escribían en un tiempo que ya había
dejado atrás el romanticismo. Hoy, el papel que se les adjudica es el de
avanzadillas del modernismo. Quizá ningún movimiento literario contemporáneo
se desarrolle en un marco cronológico tan difuso como el del modernismo, que
hay quien llega a encuadrar entre 1880 y nada menos que 1940. La Segunda
Guerra Mundial, pues, representaría el punto final de la era moderna o
modernista. Ésta da sus primeros pasos en América en los años setenta del
siglo XIX con escritores como el cubano José Martí o el mejicano Manuel Gutiérrez
Nájera, pero su recorrido como tal podríamos fijarlo en 1888 (Azul,
de Rubén Darío, que utiliza ya en ese año la palabra modernismo,
con el significado de modernidad);
llega a España coincidiendo aproximadamente con la primera estancia de Rubén
Darío en España, en 1892, el mismo año en que artistas catalanes bajo la
inspiración de Santiago Rusiñol celebraban en Sitges la primera fiesta
modernista; por entonces, Salvador Rueda, el poeta español que mejor conocía
la nueva lírica hispanoamericana, ya había publicado aquí versos cercanos a
la nueva orientación, también conocida por Valle-Inclán, que viajó a América
en ese mismo año; la nueva tendencia está consolidada en 1896 (Prosas profanas, de Rubén Darío); gana su primera batalla
literaria en 1898, al ser relevado Clarín
por el joven Benavente en su puesto de director de la revista Madrid Cómico; se afirma en España con la segunda estancia en
nuestro país de Rubén Darío, en 1899; llega a la cumbre entre 1903 y 1907,
años de nacimiento de las dos revistas más importantes del modernismo, Helios
y Renacimiento; y se bate en retirada hacia 1913, cuando Manuel
Machado, en La guerra literaria, afirmaba
que "el modernismo no existe ya".
En
1902 el debate sobre el modernismo había alcanzado la categoría de tema polémico.
En ese año, la revista Gente Vieja, reducto de los escritores de cierta edad, planteaba una
encuesta sobre el tema. Las respuestas permiten apreciar la desorientación
existente a principios de siglo sobre lo que debía entenderse por modernismo.
Esa misma desorientación revelan las siguientes palabras de otro poeta español
muy próximo a la sensibilidad modernista, Manuel Machado, que en el primer número
de la revista Juventud (1901)
afirmaba: "Y por Modernismo se
entiende… todo lo que no se entiende. Toda la evolución artística que de
diez años, y aun más, a esta parte ha realizado Europa, y de la cual
empezamos a tener vagamente noticia". Por entonces, el modernismo ya era
objeto de sátiras teatrales y poéticas y hasta de críticas académicas como
la formulada por Emilio Ferrari en su discurso de recepción en la Real
Academia Española, en el que se despachaba a gusto contra la nueva poesía y
definía el modernismo como "la resurrección de todas las vejeces en el
Josafat de la extravagancia".
Modernismo
y 98
A la altura de 1900,
pues, el panorama literario español podía dibujarse, muy a gruesos trazos,
de la siguiente forma:
a)
Sobrevive la que en los libros tradicionales se ha llamado generación del 68, integrada básicamente por novelistas: Valera,
Galdós, Clarín, Pardo Bazán,
Pereda, Palacio Valdés, entre otros. Su modelo realista disfruta del favor
del público y de los editores, así como del respeto de la crítica, pero no
de las simpatías de los creadores más jóvenes.
b)
Se está dando a conocer lo que en esos mismos libros tradicionales se
denomina generación del 98, con
Baroja, Azorín y Maeztu a la cabeza y Unamuno como figura un tanto
extraterritorial. Al margen de su malestar político, en el fondo la rebeldía
del grupo está animada por el deseo de desplazar a la gente
vieja, cosa que empezará a suceder en 1902, cuando algunos de ellos
publiquen obras de cierta repercusión. Hasta ese momento, los citados no
pasarán de ser autores conocidos únicamente en un círculo de iniciados.
c)
Ya se habían dado a conocer los autores que en los citados libros
acostumbran a ser llamados modernistas.
Los
escritores de los dos últimos bloques se sentían los representantes de la
modernidad y tenían en común un deseo de renovación. Para las
interpretaciones más recientes, tan modernistas son quienes oteaban la
modernidad desde su atalaya reflexiva sobre el ser español (los antes
llamados noventayochistas) como los
que se instalaban en una plataforma más estrictamente literaria, desde la
cual adornaban la realidad con un lenguaje rico y colorista (los en otro
tiempo denominados modernistas).
Ciertamente, las interferencias entre los escritores de los bloques b y c son
abundantes. La evocación de Juan Ramón Jiménez en un texto publicado en La
corriente infinita es clarificadora: dice haber oído, al llegar a Madrid,
llamar modernistas a Rubén Darío, a Benavente, a Baroja, a Azorín y a
Unamuno. Otra ilustración: en 1904 Pardo Bazán escribe sobre la nueva
generación de narradores y ahí, por ejemplo, son modernistas Baroja, Azorín
y Valle-Inclán. Era habitual, por otra parte, encontrar en la misma revista
textos de escritores modernistas y noventayochistas. En definitiva, las
fronteras entre uno y otro grupo eran entonces tan borrosas como hoy se lo
parecen a la mayor parte de los críticos. En realidad, los testimonios
antimodernistas de los escritores tradicionalmente considerados del 98 se
dirigieron más contra los malos imitadores que contra los fundamentos de la
nueva estética. Por ejemplo, para Azorín el modernismo era "una
alharaca verbalista", según escribía en su artículo "Romanticismo
y modernismo" publicado en ABC el 3 de agosto de 1908. En el artículo "Arte y
cosmopolitismo" publicado en La
Nación de Argentina y reproducido en Contra
esto y aquello (1912), Unamuno escribía: "Es dentro y no fuera donde
hemos de buscar al hombre… Eternismo y no modernismo es lo que quiero; no
modernismo, que será anticuado y grotesco de aquí a diez años, cuando la
moda pase". En fin, con su radicalismo habitual, Maeztu, autor de
juveniles versos modernistas, habló en la revista Juventud
de "la tontería modernista" de "los jóvenes de los lirios y
de los nenúfares, las clepsidras y las walpurgis". Todos ellos, sin
embargo, mostraron su respeto por el maestro Rubén Darío, que consiguió
atribuirse el papel de trasplantador al mundo hispánico de las nuevas
corrientes literarias.
Interpretaciones
del modernismo
En
la tradición española el modernismo, pese a sus orígenes hispanoamericanos,
ha estado siempre presente gracias a la adscripción de Rubén Darío a
nuestra historia de la literatura. Su modernismo americano, en cualquier caso,
es distinto de los españoles de, por ejemplo, Salvador Rueda, Francisco
Villaespesa, Eduardo Marquina y el últimamente revalorizado Manuel Machado, a
su vez muy diferentes entre sí, hasta el punto de dificultar una consideración
unitaria. En esa misma tradición historiográfica, generación del 98 y
modernismo han recorrido caminos distintos, pero siempre paralelos. A ello
contribuyó seguramente la difusión del concepto de generación, que había
acuñado Julius Petersen en su libro Las
generaciones literarias (1930) y que divulgó en España José Ortega y
Gasset. Así, en 1935 Pedro Salinas publicó un artículo en el que defendió
la aplicación de la idea al grupo del 98, aunque no pensando en dos
corrientes literarias separadas: 98 y modernismo. Sí lo hacía tres años más
tarde, cuando hablaba del modernismo como una opción literaria inicialmente
de raíz americana que fue entendida por los escritores españoles como una
actitud de rebeldía frente a lo antiguo. Otro poeta del 27, Luis Cernada,
sostendría más tarde similar diferenciación entre 98 y modernismo. Esta
interpretación, que podríamos considerar tradicional, se vio reforzada por
la aparición, en 1951, de un libro de Guillermo Díaz-Plaja cuyo título
sugería claramente la oposición que se intentaba demostrar: Modernismo frente a noventa y ocho.
Desde
entonces, mucho ha ido cambiando la opinión de la crítica. Ya en 1934
Federico de Onís había escrito, en su introducción a una Antología
de la poesía española e hispanoamericana, que el modernismo era "la
forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que
inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de manifestar
en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás
aspectos de la vida entera". Juan Ramón Jiménez, cuyos inicios como
poeta tanto deben al modernismo, avaló el juicio en el periódico La
Voz en 1935, avanzando una idea que desarrollaría en un curso sobre el
modernismo dictado en 1953. Juan Ramón juzgaba un error "considerar el
modernismo como una cuestión poética y no como lo que fue y sigue siendo: un
movimiento jeneral teolójico, científico y literario". Más aún: la
llamada generación del 98 "no
fue más que una hijuela del modernismo jeneral" Ricardo Gullón fue
ampliando desde los años sesenta esta interpretación, hoy consolidada, de
acuerdo con la cual modernista sería toda manifestación estética que pueda
considerarse nueva a finales del siglo XIX y principios del XX. Ello obliga a
rechazar el concepto de generación del
98 y hablar de modernismo igual que lo hacemos de romanticismo o barroco,
por ejemplo: no como una escuela o corriente literaria, sino como un cuerpo de
límites muy amplios. En España, en definitiva, la palabra modernismo
debería emplearse en un sentido similar a aquel en que se utilizan otros
conceptos extranjeros (aunque no podría identificarse con el término modernismo
manejado fuera de nuestro país, que es el equivalente a vanguardia).
Nuestro modernismo sería lo que en el ámbito anglosajón fueron el prerrafaelismo
y el modern style, en el francés el simbolismo
y el art nouveau, en el germánico
el Jugendstile, en el italiano el decadentismo,
etc. El modernismo literario hispánico vendría a ser un conglomerado de
impresionismo, simbolismo, expresionismo y parnasianismo que, en definitiva,
se nutre de la modernidad de fines del XIX, porque todos esos movimientos se
oponen al realismo dominante en la segunda mitad del siglo, aunque también se
alimenten parcialmente de él.
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