Palmeras, Paisaje de Macuto, 1904. Andrés de Santa María. Óleo sobre tela (41.2 x 50.8 cm)

Palmeras, Paisaje de Macuto, 1904. Andrés de Santa María

Óleo sobre tela (41.2 x 50.8 cm)

Las vanguardias del siglo XX tuvieron un impacto indiscutible (aunque algo tardío y rodeado de polémicas) en el contexto latinoamericano de la primera mitad del siglo. En el caso de Colombia, en particular, encontramos que la ruptura con la pintura evangelizadora, conservadora y academicista dominante durante cuatro siglos, ocurrió a manos de Andrés de Santa María (1860-1945). A sus 33 años, después de crecer y formarse un Europa, en donde había estado en contacto con el impresionismo y los grandes cambios que se estaban gestando en las artes, este artista bogotano retorna al país y es nombrado profesor de paisaje en la Escuela de Bellas Artes.

En 1904 cuelga sus obras en la exposición de la fiesta de Instrucción Pública de Bogotá y sus pinturas quedan en el centro del debate de la crítica local que no se ponía de acuerdo en si su trabajo era o no impresionista. En la sociedad de entonces pocos eran los dispuestos a asimilar las nuevas transformaciones, la ruptura con la academia y la extravagancia en el color. El episodio se repetiría en 1910 en la exposición Nacional de Bellas Artes, que celebró el primer centenario de la Independencia de Colombia. En esa ocasión ya no encontró ningún defensor público de los ataques recibidos por la prensa y, desilusionado, dejó el país en 1911 para establecerse definitivamente en Europa.

Durante los siete años que dirigió la escuela fomentó la enseñanza con modelos desnudos y la pintura al aire libre; con este artista la historia de la pintura colombiana conoció el enfrentamiento entre tradición y modernidad, que en 1922 la Exposición de la Moderna Pintura Francesa volvería a avivar: “la muestra, integrada por obras postimpresionistas y cubistas principalmente, recibió el rechazo casi unánime de los entendidos y de los profanos, Borrero Álvarez como director de la Escuela de Bellas Artes, prohibió a sus alumnos que la visitaran, Leudo dijo que el futurismo era «detestable»; Díaz Vargas descalificó al cubismo por fácil, (…) otros más vieron orgías de color, exageraciones y extravagancias” (Londoño, 2005). 

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