Es en 1988, una década después de su Monalisa, cuando
Botero, con Guerrilla de Eliseo Velásquez, logra conmovernos
con un óleo espléndido. Uno de sus grandes cuadros, donde la
composición tan clásica equilibra formas y espacios. Las figuras
del piso y las de la hamaca se mantienen en un
paralelismo excepcional, revistiendo con la más sutil ironía esos
bultos de colores que maneja el gnomo guerrillero o las insólitas
maletas y bultos de viaje con que esos rebeldes se desplazan por
una selva donde las serpientes y las manzanas del paraíso conviven
con deformes fusiles y las sempiternas colillas.
Botero ha logrado que tratamiento y asunto se fundan en la resolución de un problema plástico. Disponer una escena y resolverla con acierto. Las tres figuras que duermen y las tres que trabajan o hacen guardia crean un conjunto tan singular, de cruce de líneas de fuga y riqueza de ángulos visuales, que nos sentimos partícipes de una verdadera escena abigarrada y populosa, plena de acción en su riguroso estatismo.
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Fernando Botero
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Esa capacidad que Botero demuestra para congelar los hechos hace que su tratamiento del tema colombiano y específicamente de la Violencia adquiera la fijeza patológica de una reiteración obsesiva. La historia se ha vuelto un sueño perverso. Una recurrente pesadilla. En la Masacre de Mejor Esquina de 1997 las dos bombillas y la punteada trayectoria de las balas no enmarcan una acción sino trazan un diagrama. Allí donde las parejas que bailaban caen al piso, ante la chusma de ojos y machetes que irrumpen abruptamente en la celebración. Su pintura no es una denuncia. Tiene la inmóvil serenidad de una perdurable elegía en marrones, verdes y amarillos. Son los colores los que agoreros y fúnebres nos sumergen en un clima opresivo. El mismo con que el Carro bomba de 1999 se contrae en una perspectiva de distorsión expresionista. Retorcido entre puertas y piedras, entre marrones, verdes y azules, la pintura termina por asumir, en si misma, la criminal capacidad con que el hombre deforma el mundo en torno suyo. Sólo la pintura al proponer la regla y la excepción, el paradigma y la anomalía, vuelve a establecer una escala de valores. Nos revela el esplendoroso poder para restituirle al mundo los colores que ha perdido y para otorgar le nuevo al hombre la dignidad sugerente de su tránsito sobre la tierra.
Tal el caso de ese obispo Caminando cerca al río, de 1989, donde la pródiga naturaleza de robustos árboles y la singular pequeña figura del obispo con su sombrilla se reflejan no en el agua del río sino en la ilusión con que Botero ha logrado volver más vasto y complejo el mundo. Hay en su composición tal maestría y tan sereno poder de convicción que sólo un muñón del árbol del centro no se halla arriba, en el presumible tronco, sino sólo en su reflejo en el espejo del agua. El pintor vuelve a recordarnos que su pintura es pintura. Un vasto mundo que sólo existe por su pincel y su mirada. Su tesón y el placer que nos transmite. Esas presencias que nos acompañan y humanizan con su vigor creativo.
Algunas referencias bibliográficas colombianas a la vida y obra de Fernando Botero
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Díaz, Hernán; Traba, Marta, Seis artistas contemporáneos colombianos, Bogotá, Alberto Barco ed., 1963.
Eiger, Casimiro, Crónicas de arte colombiano 1946/1963, Bogotá, Banco de la República, 1995. Contiene cuatro crónicas sobre Botero, desde su primera exposición, a los 18 años, en las Galerías de Arte, estudio Leo Matiz, Bogotá en 1951.
Jiménez Gómez, Carlos, "Para decir adiós al paraíso perdido", incluido en Retrato de familia. Una biografía de nuestra transición, Bogotá, Editorial Visión, 1975, págs. 157-215.
Londoño Vélez, Santiago, Historia de la pintura y el grabado en Antioquia, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1996, págs. 227-230.
Medina, Alvaro, "Botero encuentra a Botero", en Eco, Bogotá, núm. 158, diciembre 1973, págs. 181-202.
Mendoza, Plinio Apuleyo, "Botero: el fauno y el otro", en La llama y el hielo, Bogotá, Planeta, 1984, págs. 151-183.
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Rivero, Mario, Botero, Bogotá, Plaza & Janés, 1973, 104 págs.
Rubiano Caballero, Germán, "La figuración tradicionalista", en Historia del arte colombiano, vol. XI, Bogotá, Salvat Editores, 1983, págs. 1535-1551.
- El dibujo en Colombia, Santafé de Bogotá, Planeta, 1997, págs. 119-127.
Ruiz Gómez, Darío, "Colombia: la generación de 1950: un necesario balance", en Tarea crítica sobre arte, Medellín, Museo de Antioquia, 1988, págs. 67-80.
Traba, Marta, "Las dos líneas extremas de la pintura colombiana: Botero y Ramírez Villamizar", en Historia abierta del arte colombiano, Bogotá, Colcultura, 1985, págs. 171-198.

