Lección 3: La espiritualidad humana.

Icono IDevice La espiritualidad humana.

La vida, tan llena de misterios y sorpresas, cobija con todo a aquella y aquel que sabe cobijar. La relación que tenemos con la vida no puede ser solamente teórica, aunque ella tenga tanto para revelarnos y enseñarnos; tampoco puede ser únicamente emocional, a pesar de que ella esta pulsando de todo corazón en cada momento. Los humanos estamos movidos por el entendimiento y por el sentimiento de las lecciones que se evidencian a en todo momento, podemos aprender a movernos con su ritmo presente y vibrante. No podemos ir fuera del compas, algunos pasos más atrás ni más delante de los acontecimientos.

Sin embargo, si miramos lo espiritual del hombre, la concepción es otra. El problema del alma se ha analizado con la razón. También tiene un proceso evolutivo que ha dado origen a las religiones y a la Filosofía.

Lo evidenciamos un poco cuando indagamos ¿qué sucede cuando morimos? ¿Concluye todo lo que somos? ¿Se pierde la conciencia para siempre? ¿O alguna chispa vital dentro de nosotros, un espíritu o un alma, continúa viviendo?

Los seres humanos somos las únicas criaturas en la tierra que conocemos de la muerte. Ese presagio es recientemente pero es tan antiguo como unos cuatro mil millones de años de evolución. Sobrevivimos a través de nuestros genes y aún así somos conscientes de nuestra mortalidad gracias a nuestro avanzado cerebro.
Es difícil reconstruir los mundos mentales y espirituales de nuestros antepasados a partir de los restos antiguos. Nuestras teorías son conjeturas, afectadas por nuestras actitudes y creencias actuales. Afortunadamente existen grupos humanos aún vivos hoy en día que conservan, tanto en sus memorias como en sus tradiciones, la esencia del hombre Neolítico.

Uno de ellos son los Aborígenes de Australia quienes han vivido 40 mil años como cazadores, uno de nuestros estadios iniciales. Aunque durante el último siglo se convirtieron en grupos ya establecidos permanentemente, la supervivencia de sus lenguajes y costumbres nos sirve como una extraordinaria ventana a nuestro remoto pasado.

Estos Aborígenes pre - Europeos no están más preocupados acerca de sus identidades personales que de su relación con la tierra y otras cosas vivientes a su alrededor. Se ven a sí mismos como parte de un amplio, incambiable e interconectado sistema. Se consideran a sí mismos íntimamente conectados al grupo social y, más allá de eso, con la estructura mítica total de la vida: la conciencia aborigen es, en cierto grado, colectiva y comunal.

Otra cosa que parece ser percibida totalmente diferente en el mundo aborigen es el tiempo. Para él, es cíclico en lugar de lineal, porque la vida es cíclica: la hierba brota en la primavera, crece verde en el verano, se marchita en otoño y muere en invierno, pero siempre regresa al siguiente año. Este es, invariablemente, el patrón observado, la rueda de la naturaleza dando vuelta y vuelta, como él forma parte integral de ella, también participa en este proceso de reciclado. En el más profundo sentido, no le teme a la muerte, porque hasta donde él o ella entienden, nada muere nunca.

La muerte, o nuestra percepción de ella, es un concepto relativamente nuevo. La pensamos como algo trágico, aterrorizante, hasta repugnante. Pero no tiene ninguna de estas cualidades si está todos los días en nuestro contexto natural: al cazar y recolectar nuestra comida, al estar en contacto con el ciclo de las estaciones. El hombre y la mujer primitivos se consideraban a sí mismos como elementos inseparables, células de un organismo social: una entidad cuya vida continuaba procedente de un pasado indefinido y hacia un futuro incierto. Pensaban del alma como una vida mayor incorporada a los sucesivos miembros del grupo. A la muerte, esta vida personalizada simplemente regresa como un río al mar colectivo tribal.

Hace, al menos 10.000 años, cuando el hombre comenzó a construirla civilización, parece que el enfoque que tenía del mundo, se fue convirtiendo en algo más nítido, claro y apreciable considerando a la naturaleza, como lo exterior de sí mismo. Los lazos tribales se debilitaron y la conciencia se volvió más individualista, las gentes se preocuparon por su sentido personal apareciendo una nueva y terrible imagen: el espectro de la muerte.

¿Qué tan repentino y reciente, ocurrió este cambio sutil en la conciencia de nuestras mentes? En una tesis altamente controvertida, publicada inicialmente en 1977, el psicólogo de Princeton, Julián Jaynes propuso que la conciencia propia estaba sólo parcialmente desarrollada hacia el segundo milenio a. C., basando su aseveración en el análisis de muchos textos antiguos, incluyendo la Ilíada de Homero, escrita hace unos 3000 años. En ellos no encontró referencia alguna a las mentes, pensamientos, sentimientos del sí mismo, del Yo. De ahí concluyó, que la gente de esa época no reconocía sus pensamientos y acciones como propias sino creían, que emanaban de los dioses. Como ejemplo, cita un episodio de la Ilíada concerniente al héroe Aquiles: un dios le hace prometer a Aquiles que no irá a la batalla contra los Troyanos, otro le urge a que lo haga y otro vocifera a través del cuello de Aquiles a los enemigos. Homero presenta al todopoderoso Aquiles como si fuese un muñeco bailando en los pensamientos y voluntades de otras mentes.

El surgimiento de un sentido de sí mismo fue, con toda seguridad, un proceso gradual influenciado por dos factores: biológico y cultural. Se requiere de un cerebro de cierto tamaño y complejidad para comprender el significado del uno mismo. Sólo puede ocurrir en un ambiente en el cual los congéneres se relacionan contigo (y tú con ellos) como si fueses un individuo de libre pensamiento en tu propio derecho.

Esto sugiere que la evolución del sentido del ser y la del lenguaje estaban fuertemente entrelazadas. Sólo a través del lenguaje somos capaces de descomponer al mundo en sus partes, nombrar objetos y sus interrelaciones. Eventualmente, como parte de este etiquetado proceso de análisis, debemos de haber llegado a vernos a nosotros mismos como entes separados, con mentes bien definidas.

La conciencia propia, como ahora la reconoceríamos, probablemente llegó cuando aún se hablaban lenguas muy primitivas. El único momento en que el habla lo lanza a uno mismo a un agudo alivio (internamente) es cuando hablamos solos. El sentimiento de uno mismo parece ir de la mano con la habilidad de sostener una conversación de un solo individuo, el monólogo. Así que, concebiblemente, las últimas fases en el crecimiento de la propia conciencia fueron estimuladas por las circunstancias de cuando algunos de nuestros antepasados de la Edad de Piedra se dieron la vuelta para encontrarse con que la persona con la que hablaban ya no estaba allí.

La escritura, también pudo haber jugado su parte en el despertar final del sentimiento del uno mismo. Mientras que el lenguaje hablado es generalmente comunal, el lenguaje escrito es invariablemente personal: el único intérprete de una secuencia dada de símbolos escritos es la mente que la explora, así que la lectura es esencialmente una conversación entre el individuo y el texto. Para el escritor, el sentido del sí mismo es más importante porque la mente que está escribiendo tiene que construir concientemente una representación externa de sus propias mecánicas internas.

Allá por el año 3000 a.c. todo el asunto de la vida después de la muerte y la preservación del alma se habían convertido en una preocupación monumental para las civilizaciones pre - Occidentales.
La parte central del culto al más allá de los egipcios, era la participación que tenían en la momificación. Sin embargo, este proceso era tan costoso que no fue sino hasta el segundo milenio a. C., que la práctica comenzó a extenderse más allá de la casa real. Visto que el Faraón era el intermediario entre los dioses y la tierra, en una sociedad cuya supervivencia dependía de una agricultura organizada, el culto era la clave no sólo en el orden social sino también en la fertilidad. De ahí que cuando los egipcios conectaban la inmortalidad de su Rey con el culto al dios de la vegetación, Osiris, simbolizaron la muerte y la resurrección en el ciclo anual del mismo alimento que comían.
Durante el segundo milenio, el culto a Osiris ganó fuerza, y los puntos de vista de las gentes respecto al más allá tendieron a cambiar. Mientras que la momificación implicaba inmortalidad física para el cuerpo en este mundo, Osiris llegó a convertirse en la regla de los muertos en otro reino. Por ello, cada vez más, se pensó que el alma tenía una existencia separada del cuerpo.

De acuerdo con la teología egipcia, una persona podía tener al menos dos almas, de diferente naturaleza. El ka, o guardián del espíritu, mostrado en las pinturas de las tumbas rondando por encima de la momia con la apariencia de una pequeña ave con cara humana y el ba, o aliento, que le daba animación al cuerpo. Ambos temporalmente abandonaban el cuerpo al morir. Durante la extraña ceremonia conocida como la Apertura de la Boca, la boca y los ojos del difunto eran forzados a abrirse por medio de un instrumento especial sostenido por un sacerdote. Supuestamente, esto permitía al alma del aliento reingresar en la momia conmemorando el mito de que Osiris, después de que Seth lo había matado y desmembrado, era vuelto a la vida de la misma manera que su hijo Horus. Con el ba reintegrado a su dueño real, se le dejaba para que el ka volase de regreso y se reuniera con su compañero. Esto se creía que ocurría en una segunda ceremonia paralela en el siguiente mundo. Siendo lo más importante el reconocimiento del cuerpo por el ka, era esencial para la apariencia de la persona fallecida, el ser conservado fielmente por medio del embalsamamiento.

Así, el Faraón quedaba listo para su transformación en una imagen divina e incorruptible. La momificación y las ceremonias concurrentes ayudaban a asegurar la reunión entre el cuerpo y el alma en el más allá. Aún así, el rey muerto no tenía garantizada la inmortalidad pues necesitaba de la conformidad de las deidades mayores. Una vez dentro del mundo espiritual, los difuntos serían conducidos por el dios con cabeza de chacal, Anubis, a la balanza del juicio, en donde su corazón sería pesado contra una pluma que simbolizaba a Maat la diosa de la justicia y de la verdad. Si la báscula quedaba equilibrada, Osiris indicaría que el hombre había llevado una vida sin tacha y que por ello merecía ser inmortal, si el corazón resultaba más pesado, un destino menos atractivo le esperaba: el infortunado pecador sería otorgado como comida al hambriento monstruo - perro Amemait que muy cerca se encontraba al acecho.

En la Grecia antigua, donde mucha gente llegó a cansarse de los demasiados humanizados dioses contemporáneos de Zeus, los filósofos comenzaron a discutir acerca de la naturaleza del alma desde un punto de vista académico y secular. Su planteamiento fue el de hacer una revisión por separado del mundo a su alrededor, casi de una manera arrogante y después teorizar. La palabra teoría, de hecho, viene del griego y representa conocimiento.

Pitágoras, en la última parte del siglo sexto a. C., fue el primero en establecer una escuela de pensamiento basada en este método de investigación. Encontró que el mundo físico parecía apoyarse en relaciones entre números puros: la naturaleza, aparentemente, tenía una infraestructura matemática, señalando que las entidades matemáticas son de alguna manera más sutiles que sus contrapartes en el mundo real de los sentidos. Un círculo dibujado en la arena podrá parecernos a la distancia ser exactamente circular, pero, al inspeccionarlo más de cerca, muestra pequeños abultamientos y hoyuelos, mientras que un círculo matemático es perfecto en todas sus formas y solamente puede, por lo tanto, ser imaginado en la mente. A partir de esta línea de pensamiento brotó la teoría de las ideas (idea es en griego imagen), o de las formas, la cual fue desarrollada por Sócrates, Platón y otros.

Pitágoras fue un gran matemático y místico. Entre sus muchos descubrimientos, encontró que las notas armónicas de una cuerda en vibración siempre ocurren en longitudes que son simples proporciones numéricas con respecto a la fundamental (esto es, la nota formada por la cuerda vibrante inicial). Para otros, esto parecería ser una simple curiosidad, un agradable suceso de la naturaleza pero para Pitágoras fue la expresión de una profunda verdad mística concluyendo que el alma era una armonización del cuerpo: un cuerpo balanceado cargará con un alma armónica, al igual que una cuerda debidamente afinada emitirá un sonido armónico.

Sócrates (470 - 399 a. C.) tomó un camino diferente. Su teoría del alma se basaba en una doctrina Pitagórica anterior, respecto a que existen tres formas de vida conforme a las tres clases de personas que asistían a los juegos Píteos en Delfos: los atletas, los espectadores y aquellos que compraban y vendían. Argumentó que el alma tiene, en orden descendiente, una parte racional, una emocional y una adquisitiva. En el alma simple, están debidamente ordenadas, ocupándose cada una de sus propios deberes, obedeciendo y siguiendo la estructura mencionada: el Razonamiento, arriba, rige a la Emoción que ayuda a inspirar las Acciones que dicta la razón.

Platón consideró al alma como la fuerza motriz, lo que produce el movimiento, tanto de sí misma como de otros objetos. Al suceder sólo en los seres vivos, debe de ser su principio básico, por lo que el alma viene antes que el cuerpo y los sentimientos del alma antes que las cualidades materiales del cuerpo. Las cualidades éticas - aquellas que determinan la conducta - surgen por lo mismo del alma. Esto prevalece no sólo para las cualidades éticas positivas sino que también para las opuestas; la maldad, al igual que la bondad, tiene sus orígenes en el alma.

Con Aristóteles (384 - 322 a. C.) la base de la especulación cambió al fin de la pura teoría a la observación biológica. No era estrictamente un científico en el sentido actual ya que nunca se tomó la molestia de probar sus ideas mediante la experimentación, pero sin lugar a dudas fue un gran observador y enciclopedista. A partir de sus estudios de la flora y la fauna, estableció tres tipos diferentes de alma: el nutritivo, el sensitivo y el racional. Todas las cosas vivas requieren de alimentación, así que las plantas, animales y el hombre por igual deben de tener un alma nutritiva, los animales y el hombre tienen funciones nutritivas y sensitivas por igual; sólo el hombre es racional.

La relación Aristotélica entre el cuerpo y el alma es la misma que la que hay entre materia y forma: el alma convierte al hombre en lo que es pero no tiene existencia independiente del cuerpo. Es como una marca grabada en una barra de metal. Cuando el cuerpo se desintegra, igualmente lo hace el alma. Sólo la función racional no se pierde totalmente, regresa al lugar de donde vino: un mar común de conciencia intelectual.

Los dioses personales no encuentran cabida en las filosofías de Pitágoras, Sócrates, Platón o Aristóteles. Aún así existen implicaciones claras para la moral. Sócrates considera que una buena vida fue aquélla utilizada en la persecución de la Forma de lo Bueno. Para Aristóteles, la bondad estaba directamente unida con el uso correcto y consistente de la razón, manifestada en las buenas acciones; el alma buena esta balanceada, es armónica y por sobre todo, racional.

Los grandes pensadores de la Era Dorada de Grecia tenían ideas muy confusas acerca del papel que desempeña el cerebro. Aristóteles, nunca consideró al cerebro como un posible asentamiento del alma o de la mente: creyó que era un sistema de enfriamiento, relleno de flemas; el intelecto y el alma, según él, residían en el corazón.

Fue tan solo hasta el segundo siglo d. C., que, Galeno (130 - 200 d.C.), el doctor griego, apuntó, sin lugar a dudas, al cerebro como el lugar de la actividad mental. Galeno, quien llegó a la fama después de su exitoso tratamiento al emperador romano Marco Aurelio, hizo disecciones en público, de los nervios en el cuello de un cerdo vivo. A medida que los iba cortando, uno por uno, el cerdo continuaba chillando; sin embargo cuando cortó uno de los nervios de la laringe (hoy en día conocidos como nervios de Galeno), los chillidos cesaron abruptamente, para el asombro de la multitud. De esta horrenda manera, demostró sin lugar a dudas de que era el cerebro, por medio de una red de nervios, el que estaba a cargo del resto del cuerpo.

Aunque discrepaba de Aristóteles respecto al desempeño del cerebro, Galeno aceptó la teoría del alma tripartita. A los tres elementos básicos, les agregó la imaginación y la memoria, al igual que todas las funciones motrices y sensoriales. Más adelante, la iglesia católica romana se apropió de las ideas de Galeno (junto con muchos otros puntos clásicos acerca del universo), aún llegando tan lejos como el sugerir puntos específicos en el cerebro en donde podrían residir las diferentes funciones del alma.

El filósofo francés René Descartes (1596 - 1650) estableció dos clases radicalmente diferentes de cosas en el universo: la primera, una sustancia física o alargada (res extensa), que tiene longitud, anchura y profundidad, y por lo mismo puede medirse y dividirse mientras que la segunda, o sustancia puramente mental (res cogitans), es tanto intangible como indivisible. El mundo exterior, incluyendo el cuerpo humano, pertenece a la primera categoría, mientras que el mundo interior de la mente pertenece a la segunda.

Estas nuevas distinciones, plenamente bien definidas entre las cualidades primarias y secundarias, materia y mente, objetivo y subjetivo, tuvieron el efecto de excluir a la conciencia humana del modelo científico del mundo: el hombre es una máquina biológica. El único punto que quedaba por debatir era si, conectada a esta máquina de carne y sangre, existía un espíritu inmaterial o alma.
En la sinopsis de Principios de la Filosofía, publicado en 1641, Descartes escribió: Lo que he dicho es suficiente para mostrar claramente que la extinción de la mente no sigue a partir de la corrupción del cuerpo, y también para dar al hombre la esperanza de otra vida después de la muerte.

Descartes pensó acerca de lo que podía estar seguro y de lo que no. Indudablemente no podía dudar de que estaba pensando y que por lo mismo existía: Cogito ergo sum (pienso, luego existo), frase equivalente a las leyes del movimiento de Newton, el trampolín aparentemente seguro para conjeturas futuras. La única conclusión segura era la de saberse un ser puramente mental y que esta mente era totalmente diferente de su cuerpo. Siendo así, su mente podría ser capaz de continuar existiendo luego de que su cuerpo hubiese muerto y hubiese sido enterrado. Por lo tanto, el hombre tenía alma.

Uno de los principales problemas del dualismo de Descartes era encontrar un mecanismo mediante el cual el alma y el cerebro puedan interactuar, entre el alma inmaterial y el cerebro de materia ordinaria: ¿cómo pueden los dos establecer contacto e influenciarse?

Descartes tuvo una respuesta muy ingeniosa para contestarla. Aceptó el descubrimiento de William Harvey, doctor de Elizabeth I, respecto a la circulación de la sangre rechazando que el corazón era una bomba. Mantuvo la creencia de Aristóteles de ser el hogar de calentamiento de la sangre produciendo un vapor (los espíritus animales) que dilataba el cerebro volviéndolo receptivo a las impresiones de los sentidos y del alma. Como órgano de interacción y el asiento físico del alma, Descartes escogió la glándula pineal, diminuta estructura idealmente colocada en la base del cráneo capaz de regular el flujo del vapor del y hacia el cerebro.

Descartes se equivocó respecto a la glándula pineal, pero abrió un debate racional sobre el tema del alma. El filósofo inglés John Locke (1632 - 1704) reflexionó ampliamente sobre el tema del dualismo y no quedó convencido de la explicación de Descartes de la comunicación entre el alma y el cerebro. Argumentó, que la mente es material y Dios le concedió a la materia, en el caso del hombre, el poder para pensar y conocer.
Thomas Hobbes (1588 - 1679) era un determinista rotundo, al haber sido fuertemente influenciado en su juventud por la nueva filosofía mecánica de Galileo: todas las cosas pueden ser explicadas como si fuesen máquinas. El alma no es más que un cuerpo pensante.
De las anteriores discusiones, ¿qué conclusiones puede obtener? ¿Cuál es su percepción del alma, el cuerpo y de la relación que guardan los dos?

¿Ha sido, finalmente, exorcizado el fantasma por el reducto científico? Entre los filósofos y biólogos de hoy en día, no hay duda que los materialistas mantienen el balance. El cerebro se encuentra bajo el microscopio como nunca antes lo estuvo y la esperanza de muchos investigadores parece ser de que todas sus funciones - todo de lo que son capaces nuestras mentes - algún día será entendido en términos puramente físicos. Sin embargo, lo espiritual en el hombre siempre será lo que le diferenciará y caracterizará como especie.

Persona, personalidad e individuo son tres conceptos diferenciados si bien relacionados, que nacen del concepto del alma humana. El Ser humano es persona y el ser humano tiene personalidad.

Persona es un concepto filosófico que identifica al sujeto humano único, irrepetible y que se siente él mismo a lo largo de su existencia. Proviene del término griego prosopon, que hace referencia a la máscara o careta que se colocaban en escena los actores; la transposición latina personare, también se refería a la careta que se utilizaba para incrementar el volumen de la voz. Así, el primer uso del término persona fue en el mundo del teatro; después se extenderá al mundo de la filosofía, del derecho, etc.

Personalidad es un concepto de orden psicológico: cada persona tiene su propia personalidad, va construyéndola día a día. Es la fisonomía total, actual y cambiante de una persona concreta; un conjunto dinámico que integra pluralidad de aspectos como los temperamentales, los de carácter y otros.

El niño cuando comienza a discernir, pregunta y vuelve a preguntar. Parece satisfecho con las respuestas que recibe, pero llegada la adultez, continúa preguntándose: ¿quién soy? ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido de esta vida? ¿Qué sentido tiene este universo?
Estas inquietudes no se desvanecen con la madurez o en la época de la vejez; siempre están presentes aunque formuladas de otra manera en la medida en que se va viviendo. Siempre estamos buscando el sentido a lo que estamos haciendo, a lograr nuestra paz interior, a ser felices.

Dualidad que tiene razón esencial cuando encontramos que nuestra existencia está sujeta a cuatro componentes: convivimos con otros, existimos en el mundo, somos parte integrante de ese mundo, tenemos libertad y somos seres espirituales.

La convivencia con otros, implica estar dentro de una comunidad no para estar aislados sino juntos para hablar, pensar, amar y existir como seres. La sociedad humana es una trama de amistad, de confianza, de reconocimiento y de amor. La convivencia es la respuesta a la pregunta sobre el sentido de la vida y la felicidad; el amor y la solidaridad son la vida. Nos realizamos plenamente cuando estamos con los que amamos.

Estamos en un hermoso planeta. Vivimos rodeados de cosas, plantas y animales. Nuestro primer grito nos pone en contacto con ellos; palpando, asiendo, chupando, jugando, cambiando, trabajando, construyendo, calculando, pensando, admirando, respirando. Pero también somos capaces de cambiarlo, de ellos dependemos para vivir, para llegar a ser dignos a través del trabajo para hacerlo más humano o lograr que sea inhabitable.

Si miramos de qué estamos hechos, nos encontramos que tenemos los mismos materiales, los mismos átomos, cumplimos el ciclo que caracteriza a todos los elementos que integran la biosfera, incluso intercambiamos con el mundo nuestros materiales constitutivos para poder mantener nuestra vida: De tal forma somos parte de este mundo hasta las últimas fibras de nuestro ser, que, sin la materia de este mundo, sin los procesos de nuestras células cerebrales, no podríamos tener un pensamiento, ni tomar una decisión.

La libertad es un factor que nos diferencia de los demás animales; estos se mueven por sus instintos, en respuesta a estímulos, a señales. En nuestra base biológica también los poseemos pero mediante la razón somos conscientes de los mismos; asumir la responsabilidad de nuestras acciones nos diferencia de ellos.
Esa misma racionalidad nuestra, nos hace reconocer la existencia de lo inmaterial, lo espiritual, de la existencia necesaria de un Ser Supremo a quien la mayoría identificamos como Dios.

Desde allí existe una necesidad de trascender, es decir, el individuo humano sale de sí mismo hacia algo o alguien que no es él. Preferencialmente es la relación del ser humano con Dios.

¿Cómo puede ser esa relación? Es un asunto profundo, íntimo, espiritual que tiene que ver más con el ser que con el tener. Se expresa a través de actitudes, valores, la realización individual y la comunitaria, a través del silencio, la reflexión, la interiorización y un compromiso testimonial que manifiesta coherencia entre el pensar, el sentir y el hacer. Manifestaciones que demuestran la religiosidad de dicha persona.

La espiritualidad es un proyecto coherente de relaciones con Dios, con los demás, con la sociedad, con la naturaleza. Compromete a toda la persona para que su vida tenga un sentido. De aquí nace más la necesidad de ser que de tener.

Si queremos ser personas, debemos comprender que:

  • Somos únicos e irrepetibles.
  • Tenemos una realidad dinámica en evolución.
  • Nos educamos para asumir la libertad con responsabilidad.
  • Somos seres en relación, en interacción y en comunicación.
  • Cada uno somos sujeto de nuestra propia historia.
  • Nuestra existencia tiene sentido si estamos abiertos a los demás.
  • Nuestra integridad nos hace coherentes frente a los desafíos de la vida.
  • Primero nos aceptamos a nosotros mismos para poder ser tolerantes con los demás.
  • Para darle sentido a la vida debemos trascender.

Queremos compartir con usted los siguientes planteamientos que constituyen la Teología de la Iglesia Católica, por ser muy cercana a la mayoría de nosotros. En la misma forma puede ser la de otras creencias religiosas, pues todas ellas buscan establecer una relación de sentido con el Ser Supremo que todos los hombres reconocemos. La visión actual no es ni puede ser mágica, conocemos mucho más que al inicio de la raza humana, tenemos explicaciones sobre el comportamiento de la naturaleza, de la sociedad y de nosotros mismos, pero siempre llegamos a la consideración de la existencia de Dios o hasta de su inexistencia que puede ser tácitamente su aceptación: ¿podremos negar algo que no existe?

Lo invitamos a que según su creencia, haga una consideración sobre la existencia de Dios, el lugar que usted ocupa en esa relación y hacia dónde desea llevar su existencia.

La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios.

Creado por Dios en la justicia, el hombre, por instigación del demonio, abusó de su libertad, levantándose contra Él pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Lo conocieron, pero no le glorificaron, obscurecieron su corazón y prefirieron servir a la criatura, no al Creador.
Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia: el hombre cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente agobiado por el, no originado por su Creador, sino por su propia voluntad. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.

No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Su espiritualidad lo hace superior al universo entero, reconociendo dentro de su corazón donde Dios aguarda, su propio destino.

Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección.
La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre.

Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a Él con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la vida divina. Cristo resucitado ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte.

Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios: existe por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva.

El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.